Allí encontré una serie de esculturas de Mitra, esa misteriosa divinidad que alguna vez le disputó hegemonía al cristianismo en sus primeros siglos de existencia.
A la llegada de Cristo en este mundo el culto a Mitra estaba muy extendido no solo en el Imperio Romano sino también en otros pueblos y estados.
Se cree que Mitra tienen origen en Persia y llegó a Grecia bastante antes que a Roma.
Roma simplemente tomó a esta deidad junto con los dioses Griegos y la adoptó. Los Romanos del Imperio suelen caerme muy bien, les confieso. Eran gentes abiertas, muy compenetradas y estudiosas de las culturas y religiones allí donde ponían el pie.
Lo genial que tenía el culto a Mitra es que podía convivir con otras creencias sin aplastarlas ni perseguirlas. Pero... con la llegada del cristianismo todo cambió.
Es cierto que los cristianos fueron perseguidos unos pocos años, no lo niego.
Pero ni bien se hicieron con el poder en Roma empezaron a masacrar, perseguir, desterrar y destruir todo aquello que no se convertía a la nueva fe. Y por supuesto estaban incluidos los millones de seguidores de Mitra. Dada la perversidad y ferocidad de los cristianos contra quienes no profesaban su fe hacia fines del siglo IV DC el culto a Mitra desaparece y todas las representaciones, templos y obras en su honor destruidos.
Muy poco se ha salvado... y por suerte en estas Termas de Diocleciano, que pertenece al complejo Museístico Museo Nacional Romano, se pueden admirar aún algunas esculturas, tallados y reproducciones de Mitra.
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