Cuenta la leyenda que don Benito Quinquela Martín era un ser de una generosidad extrema. Al punto que donó su patrimonio al barrio que vio trascurrir sus mortales pasos, sus desvelos, sus sueños y pinceladas. El patrimonio del Museo cedido por el gran maestro no tiene valor en dinero - pues es incalculable - pero sí un intangible maravilloso: el amor por el lugar en el mundo que lo cobijó, lo acunó y lo mimó por siempre.
Toda una vida dedicada a La Boca y sus obreros, changarines, barcos y el puente transbordador. Porque el gran maestro inmortalizó el paisaje rústico y fabril, sucio y manchado del riachuelo y sus realidades duras y tristes con colores y trazos como no existen otros. Un inimitable. Y un imprescindible para entender la pintura amalgamada con el contexto poco vistoso, el aire con olor a sudor y mugre y los sonidos de llantos, risas, gritos o cantos por entre la bruma de ese barrio sufrido, alegre y cósmico.
Vayan ya.
Calificación: 5 SSSSS ( Sobresaliente: 5 serenestrellas )
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