Los todistas son una raza en extinción: especialistas en no tener especialidades; estrategas en no tener estrategias; decididos a no tomar decisiones; carentes de vocación y el sentido especulativo de la conveniencia y la oportunidad. Seren, la señora que escribe en este blog, ha desarrollado, durante su amplio y diversificado paso por el todismo, todo tipo de diligencias laborales dignas de una pesadilla de Borges: lavaplatos, mucama, cartonera, canillita, empleada de veterinaria; barman, camarera, ayudante de sastre, vendedora ambulante, albañil, barista. Ella vendría a ser lo que en inglés se llama 'blue collar', o la gente que no tiene título universitario y desempeña tareas no profesionales. Esta mujer, como el resto de los todistas, tiene un sentido y comprensión estético mas bien ecléctico y difuso. No sabe la diferencia entre Barroco y Rococó; siempre supuso que Manet era Monet ( o viceversa ); o confunde el Art Decó con el Art Nouveau. Escribe con faltas de ortografía, se desentiende de la sintaxis, no entiende dónde van las comas; pero por otra lado, gusta de sacar fotos, martirizar relojes, ir a museos, visitar artistas y contar qué ve y cómo lo siente y experimenta. Señoras y señores, no los entretengo mas: Bienvenidos a Seren Vintage Watch Gallery

Lanco Rockeeter calibre Langendorf 1037 ( 1955)

Los Lanco son una de mis debilidades. Bah, muchas cosas me alivian el alma; y entre otros estos bellos relojes. Los Lanco llegaron en un momento de mi vida en el que necesitaba sobriedad. Y no sé si fue trasmisión o qué..... ellos me buscaron: y yo también.
Este muchacho cohete espacial tiene un calibre 1037 de la familia de los 1154.


Alguna vez escribí estas palabras con respecto a los Lanco. Palabras que sostengo a capa y espada:

Lo confieso: la primera vez que vi un Lanco se me paró el corazón. No se si fue porque su estampa genérica, estéticamente sobria, con esfera y detalles extemporáneos y de una perdurabilidad asombrosa me ha dejado sin pálpitos; hasta casi sin aliento; como si estuviese frente a frente a mi gran amor: los Seiko.
A pesar de que la elevada opinión de mi propia dignidad como amante de los relojes mecánicos a veces está en duda; aquí mi intuición con vaivenes desconcertantes y con marcados claroscuros fue contundente: un Lanco estalló entre mis huesudos y largos dedos hace ya muchos años; y esa sensación de explosión derivó en un magma de sensaciones cristalizadas por esas bellezas mecánicas despojadas y de una murmurante solidez.
Los Lanco me transmiten tranquilidad, una suerte de brisa húmeda que acaricia mi alma. Ese mirar por delegación, ese declinar en mi mirada elíptica produce a menudo extravíos en el que mis ojos se abandonan al poder conciliador de las agujas poco elegantes de estas piezas muy simples, muy rústicas, acabadas con delicia pero sin esmero y de una sensualidad subyugante y maravillosa.
Cuando los llevo en la muñeca declino mis ansias de berrinches cotidianos y me dejo adormecer en su custodia; pues lejos de atormentarme por descubrir el significado de su arrolladora presencia, me dejo llevar por la refulgente ensoñación de esta inquebrantable pasión.

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