Corría el año 1997, más concretamente, el 28 de marzo. El barco Kateri i Rades había zarpado de Albania con un número aún no identificado de refugiados que intentaban desesperadamente alcanzar las costas de Italia escapando del colapso gubernamental, el caos y la crisis económica que golpeaba duramente al pequeño país europeo (digo que es europeo, aunque muchos no lo consideren así).
El Kateri i Rades estaba navegando por el estrecho de Otranto, cuando una nave de la Marina Militar Italiana (el Sibilla) lo colisiona intencionalmente para evitar que avance y esto hace que la pequeña embarcación de una vuelta campana y se hunda. Se calcula que en el siniestro, un verdadero escándalo en todo el mundo, murieron 88 personas de diferentes edades, aunque el número definitivo no se sabe.
Tiempo después de esta tragedia, el Kateri i Rades es reflotado y depositado en tierra, y pronto cae en el olvido. Hasta que años mas tarde el escultor griego Costas Varotsos lo rescata, lo resignifica y lo convierte en una pieza testimonial, escultórica, histórica y narrativa que apela al maltrato y la crueldad ejercida contra migrantes por parte de los países más prósperos del mundo.